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Rápido, un médico…

noviembre 05, 2015

Foto/archivo

Por: Marcial Fonseca

>marcialmfonseca@gmail.com

Las urgencias médicas están lejos de ser una cosa inusual, han sido siempre parte de lo cotidiano. Sólo en la década pasada hubo, a nivel nación, un total de 260 millones de consultas registradas en el Sistema Nacional de Salud; así mismo, se revela que una de cada dos personas,  en  alguna  época  de  su  vida, habrá  de  necesitar  el  servicio  de  urgencias  o  asistencia médica, por alguna complicación en enfermedad general, padecimientos que derivan de pro-blemáticas menos complejas.

En el plano de las urgencias, y el brindar atención, es indispensable poseer recursos no sólo tecnológicos,  sino  humanos,  competentes  dotados  de  habilidades  y  eficacia,  para  así  poder hacer una correcta toma de decisiones y preservar el bienestar de la víctima, limitar el daño y poder  frenar,  o  prevenir  consecuencias  que  como  sabemos,  pueden  llegar  a  ser  fatales  sin ningún  preámbulo;  todo  este  movimiento  conjunto  es  coronado  por  el  médico  especialista, quien en medicina de urgencias es base de la asistencia.

El médico especialista en medicina de urgencias es el pilar de este servicio asistencial.  Datos espetados por INEGI señalan la década pasada, de las 260 millones de consultas que se registraron, 26 mil fueron otorgadas por los distintos servicios de urgencias públicas, otras más, cerca de un millón y medio, en privadas.  Se estima que al año, el 26% de la población requiere de un servicio de urgencias médicas.

La conciencia, prevención ante situaciones de riesgo, que abundan, y el apoyo a instituciones que dan movimiento a campañas y concientizaciones nunca sobra, estamos amenazados y a pesar  de  saberlo  rara  vez  hacemos  algo  ante  ello.  Sabiendo que un  cuarto  de  la  población mexicana va a hacer uso de servicios de urgencias, privados o públicos, ¿qué esto no debería despertar  en  nosotros  el  sentido  de  la  prevención  y  cordura?  En  mi  caso,  por  experiencias indirectas e indecibles, malos momentos y tropezones, puedo asegurar que, dentro de los lugares que más detesto sabiendo son incontables son los hospitales. Entiendo, sí, también voy a  consulta,  me  inyectan  de  vez en  cuando  y  tomo  pastillas,  jarabe, etcétera;  parece que me curo y luego vuelvo a las andadas, entre las patas la cola; pero, es muy distinto una visita rutinaria que una emergencia, teniendo eso en cuenta, celebro ya que afortunadamente nunca he estado internado, y espero no estarlo ni ahora ni en los próximos cincuenta y dos años; saludos, Doctor Martín.

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